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Erasmo de Rotterdam: el olvidado

07 de diciembre del 2019

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Retrato de Erasmo de Rotterdam (1523) por Hans Holbein el Joven.

        “Traté de saber si Erasmo de Rotterdam era de aquel partido. Pero cierto comerciante me respondió: Erasmus est homo pro se (Erasmo es hombre aparte)”. Así comienza el austríaco Stefan Zweig la biografía sobre este erudito que vivió en piel y alma una de las mayores guerras jamás libradas en la historia de Europa. Una tormenta que derribó reinos, cambió el trazado de las fronteras y partió en dos la espiritualidad de la época. En apariencia, lo que ocurrió fue una disputa teológica entre el papado de Roma y la Reforma encabezada por Lutero. En palabras de Zweig, en cambio, aquello fue “una de las más salvajes explosiones de pasión colectiva, nacional y religiosa que conoce la historia”. Y en medio de esta explosión, Erasmo.

Sobre Erasmo se han escrito innumerables páginas. Desde el voluminoso Erasmo y España de Marcel Bataillon hasta los comentarios de P.S. Allen sobre su correspondencia y pasando, entre otros, por los trabajos de Augustin Renaudet. Quien quiera adentrarse en las letras y en la pluma de Erasmo, tendrá obligatoriamente que acudir a estas fuentes.

El objetivo de este artículo es más modesto. Siguiendo la línea de dos biografías sobre el holandés (la de Stefan Zweig y la de Johan Huizinga), hemos tratado de conocer no la pluma de Erasmo, sino las venas. No la tinta, sino la sangre. Unas pocas páginas no serían jamás capaces de contener la profundidad y la extensión del pensamiento erasmista, pero sí podrían quizás delinear con trazos certeros ciertos pliegues de su alma. De estos pliegues, uno en concreto nos atañe: su irreductible libertad espiritual y las inevitables consecuencias de esta.

Nulli concedo

En su paso al siglo XVI, Europa despierta amnésica de un largo coma. Sus músculos, atrofiados durante el letargo feudal, tienen hambre. Su puño joven comienza a sentir fuerza de nuevo, las piernas le piden carrera, el cerebro se desentumece y pregunta, duda, cuestiona: ¿por qué? ¿Cómo he llegado aquí? Una incipiente semilla renace en el corazón del viejo continente. Una Europa inquieta que no puede ser sino una Europa rebelde. Erasmo, sin él quererlo, se alza en los orígenes de la rebelión.

Desiderius Erasmus Roterodamus (1466-1536) nace en Holanda. Nómada crónico, estudia en un primer momento teología en París, donde se aloja en el fétido Collège Montaigu. En palabras de Huizinga: “el recuerdo de los huevos podridos y de los dormitorios nauseabundos lo acompañó durante toda la vida”. Deja sus estudios y vuelve a Holanda. En 1499 se muda a Londres y conoce a Tomás Moro, con quien mantendrá una estrecha relación durante años. Un año más tarde viaja a Holanda, después de nuevo a Francia, después a Italia… Pasados los cuarenta, vuelve a Inglaterra, donde escribe su célebre Elogio de la locura (1509). Terminará sus días en Basilea, una ciudad con calles limpias y en la que el fanatismo religioso aún no ha echado sus raíces.

Este ir y venir de su persona física refleja bellamente la primera máxima de su pensamiento interno: no ser de nadie. Ser solo suyo, para poder ser de todos. Nulli concedo: no quiero pertenecer a ninguno. Fuera ataduras, fuera nudos, fuera compromisos. Independencia, ante todo. Esta necesidad de libertad, indiscutible lema en la vida de Erasmo, será la que lo eleve al Olimpo del pensamiento humanista, la que alce su dignidad al punto máximo. En el prólogo a la edición francesa del Érasme de Huizinga, Lucien Febvre comenta:

Erasmo, ese Proteo de cien caras. Erasmo, esa anguila escurridiza: así se indignaba el Hermano Martín Lutero, (…) hombre que se atraganta iracundo cuando, tras realizar la pregunta decisiva: “¿Negro o blanco?”, escucha una voz suave que, con una leve sonrisa, le responde: “Pero, querido doctor, por favor ¿gris?.

Ni negro ni blanco, sino gris, es el color de Erasmo. Constante abogado del Diablo, este eterno idealista siempre ve un pero, una mancha que enturbia el cuadro, una sombra que cuestiona la luz.

Antibarbari

En el otro extremo, engalanada de oro y pegajosa de vino, la Iglesia Católica. Una Iglesia mordaz y colérica que poco tiene en sus altares de cristiano y que para muchos ya no es legítima. Pero no solo la Iglesia Católica está cegada de ambición. No solo ella cree poseer la verdad. En todas partes de Europa surgen enviados de Dios, sabedores y portadores de la palabra divina. Juan Calvino, empantanado en su Ginebra ultra puritana, quema vivo a Miguel Servet en la hoguera. La Iglesia Anglicana, con Enrique VIII a la cabeza, decapita a Tomás Moro por no prestar el juramento antipapista. La Liga de los Elegidos de Thomas Münzer es masacrada por los luteranos y el propio Müntzer es torturado y decapitado. Jan Hus, Savonarola, John Knox, Loyola y muchos más, todos ellos defensores acérrimos de su ideal, de su causa, de su visión. Todos ellos sabedores de la verdad, de su verdad. Una verdad en absoluto universal, sino todo lo contrario: una verdad cegada que no admite puntos medios, una verdad sin matices.

En medio de este tumulto de pasiones pasea apacible Erasmo. No hay una única verdad para él, sino que muchas coexisten a la vez. Cuatro siglos más tarde, Antonio Machado lo explica con solo unos versos:

¿Tu verdad? no, la Verdad; 
y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.

Erasmo es crítico con la Iglesia Católica, que considera material y alejada de sus preceptos y que niega y aplasta cualquier movimiento de cambio. Pero también es duro con Martín Lutero y la Reforma. No por sus tesis, que aprueba en su mayoría, sino por su modo de acción brusco e intransigente que quiere derrumbar una prisión para construir una nueva. Erasmo es cuidadoso y trata de no ofender con sus palabras. Al contrario: tiende la mano, siempre presta oídos, se deja cortejar por todos. Pero no se ata con ninguno, pues estas dos potencias enfrentadas tienen en común lo que más le agría el alma: el fanatismo, la imposición de la visión propia mediante la negación de la visión del otro. El yo sobre el tú.

Triunfo y tragedia

Firme en su irreductibilidad, Erasmo comienza a cosechar los frutos de su integridad espiritual y a ser reconocido como el gran sabio de Europa. Allá a donde viaja, la gente lo venera. Una carta suya es un tesoro en manos del que la recibe. En palabras de Zweig, “los poderes mundanales y el dinero se ven obligados a servir al espíritu. Emperadores y duques, ministros y hombres de letras, papas y prelados, compiten en rebajarse por alcanzar el favor de Erasmo”. Pero este celebrado Erasmo anda muy lejos del espíritu europeo del siglo XV. Ajeno a toda confrontación, quiere y cree en el cambio a través de la reconciliación. Sueña con una Europa hermanada y unida. Así describió Zweig esta voluntad:

El arte singular de limar conflictos mediante una bondadosa comprensión, de aclarar lo turbio, de concertar lo embrollado, de casar de nuevo lo desunido y dar a lo disgregado un más alto enlace común, era la auténtica fuerza de su paciente genio, y, con gratitud, sus contemporáneos llamaron simplemente “erasmismo” a esta voluntad de comprensión que actuaba en plurales formas.

Tal como ocurrirá en el siglo XX en la Europa de entreguerras, también en el siglo XVI aflora un sentimiento de entendimiento. Algo parece indicar que a las armas las puede sustituir la palabra, que el diálogo puede triunfar sobre la disputa y que el ideal humanista puede terminar con las guerras. Pero para que haya paz y consenso tienen que querer las gentes paz y consenso. La mecha que enciende el odio en los corazones arde rápida, mientras que la semilla que engendra la armonía crece lenta y precisa de tiempo y amor. Y la Europa en la que vive Erasmo no quiere paz, ni tiene tiempo para amar. Solo una parte de la élite intelectual está dispuesta a hablar. El resto quiere fuego y leña, pasión y acción.

A Erasmo, en efecto, lo lisonjean los príncipes por su venerable sabiduría y por sus profundas ideas, pero detrás de ello se esconde otra realidad: a Erasmo se le quiere cerca por la enorme autoridad que emana de su figura y de su nombre. Tener a Erasmo de su parte significa para luteranos y para papistas tener la razón. Hay, por lo tanto, una necesidad imperiosa de convencer a Erasmo para que se decante por la causa de uno, para que hable bien de lo proprio y mal de lo ajeno. Ganar a Erasmo para la causa propia es ganar media guerra. Pero ocurre lo inevitable: Erasmo no está en venta. De nuevo y siempre: nulli concedo.

La reacción de ambos bandos no se hace esperar: si no estás conmigo, estás contra mí. Y puesto que Erasmo no está con ninguno, está contra los dos. La afectada cortesía con la que Martín Lutero se dirigía a Erasmo cuando el primero aún no era más que un frailecillo desconocido ha terminado para siempre. Lutero pasa de presentarse como un simple necio (“necio de mí, que con las manos sin lavar y sin el prefacio de reverencia y honor me dirijo a ti, varón de categoría tal”) a atacarlo con armas de fuego y con bilis en la boca, (“quien aplaste a Erasmo, ahogará a una chinche que todavía apestará menos muerta que viva”).

La Santa Sede, que años atrás había movido cielo y tierra para ganar el mínimo favor por parte de Erasmo, ya no lo necesita. Ciertamente, ya nadie lo necesita. El conflicto entre la Iglesia Católica y la Reforma ha madurado. Las posiciones de ambos bandos se han establecido y el territorio se ha delimitado. Los convencidos por una u otra causa son cada vez más; los potenciales conversos, cada vez menos. Y las dos Iglesias, la católica y la protestante, comienzan a aceptarse en cierto modo: tú allí y yo aquí. Aunque el cielo sigue bravo, el temporal va amainando. Aunque caudaloso, el río ya no desborda. El mundo europeo se amolda a su nueva forma. Erasmo ya no es necesario.

Dice Zweig que “Erasmo murió solo y solitario. Solitario, es verdad, pero independiente y libre”. El olvidado Erasmo pasará sus últimos días olvidado, como una vieja reliquia, pero su pensamiento nunca morirá.  

Referencias y notas

  • Imagen de portada: https://laventanaciudadana.cl/pensamientos-de-erasmo-de-rotterdam/

  • Zweig, Stefan (1933). Obras completas de Stefan Zweig. Erasmo de Rotterdam: Triunfo y tragedia de un humanista. España: Editorial Juventud.

  • Huizinga, Johan. (1955). Érasme. Paris : Éditions Gallimard.

  • Machado, Antonio (1917). Poesías completas: LXXXV. España: Espasa-Calpe.

  • Carta de Lutero a Erasmo del 5 de abril de 1519.

Escrito por

Mister_Raule_va_p%C3%83%C2%A9cho_edited.

Raül Nuevo Gascó

Mediterráneo y valencià. En 2017 vine a Bruselas a estudiar Relaciones internacionales y aquí sigo. Larga vida a Stefan Zweig y a Silvio Rodríguez.

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