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Lecturas

Jodidos turistas. Manifiesto contra el turismo de masas

15 de enero del 2020

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“Nos reímos de los turistas, pero ansiamos convertirnos en ellos”

Jodidos turistas (2017): Antipersona

 

          ¿Se puede viajar sin hacer turismo? ¿Es realmente el turismo un generador de riqueza? En ese caso, ¿para quién? En el año 2018, España recibió de este sector un total de 176 millones euros y creó 2,8 millones de puestos de trabajo, según los datos de World Travel & Tourism Council. Ahora bien, ¿quién ha salido ganando con esta transacción de personas y capital? Seguimos pensando que plataformas como Airbnb o HomeAway son fruto de economías colaborativas e igualitarias; seguimos pensando que nos aprovechamos de la ingenuidad de los guiris al cobrarles el doble por una cerveza; seguimos pensando que el Spain is different impulsado por Fraga nos beneficia, y seguimos trabajando y ahorrando para ganarnos ese “merecido descanso” que nos dé fuerzas para seguir trabajando. Quizás haya llegado el momento de replantearse todo esto.

Jodidos turistas (2017) es un libro firmado y publicado por la editorial independiente Antipersona. Editorial independiente, a día de hoy deviene casi en un oxímoron o una resistencia, según se vea. Por eso, desde Arché queremos reivindicar este tipo de publicaciones.

Este ensayo crítico cuenta con cuatro capítulos precedidos por una breve introducción. Todos ellos, firmados por autores y autoras diferentes, abordan de manera coherente y cohesionada las causas y las consecuencias del sector turístico en España a través de un acercamiento incisivo. Desde que “llegaron las suecas” a las costas del Mediterráneo hasta los desahucios invisibles de Gràcia o Palma, esta punzante lectura nos ofrece una visión alternativa a los llamativos eslóganes del turismo que se autoproclamaron impulsores de la economía española.

El primer capítulo, firmado por Fanzine Malpaís, ahonda en una serie de conceptos clave del turismo industrial sobre los que conviene reflexionar. El primero de ellos es el de la asimilación de las vacaciones turísticas como “necesidad, derecho o premio” que subyace tras el discurso propagandístico del viaje. “La idea de que nuestro día a día bien merece una escapada es una muestra de que el capitalismo es capaz incluso de rentabilizar la conciencia de que el mundo que ha creado es difícilmente soportable”. Esta denuncia al generador del “turismo fordista” invita a la reflexión sobre la necesidad del trabajador de escapar de su rutina hacia un mundo alejado y auténtico para poder satisfacer sus necesidades y expectativas.

Es aquí donde querría detenerme, ya que, en mi opinión, el viaje no comienza al preparar la maleta, sino mucho antes. La conformación del imaginario colectivo creado alrededor de los destinos turísticos, ya sea por las turoperadoras, los medios de comunicación, el cine, los gobiernos o los lobbies turísticos, es un pilar fundamental en esta cadena. En primer lugar, como apunta el ensayo, se ha generalizado en la sociedad actual la necesidad imperiosa de rentabilizar las vacaciones en breves escapadas o lapsos temporales que ayuden a olvidar durante un par de semanas la precariedad laboral en la que se encuentra el trabajador, para así volver con la energía suficiente para seguir trabajando y con las miras puestas en las siguientes vacaciones. El humorista Pepe Colubi lo resumió acertadamente en una edición de Ilustres Ignorantes: “Las vacaciones son el opio del pueblo”.

Ahora bien, la creación de este imaginario se desarrolla en más esferas. El siguiente paso se basa en la estereotipación de los lugares de destino turístico con un fin eminentemente económico: México-Tequila, España-Sol-Flamenco-Paella, Mikonos-Fiesta, Perú-Indígenas, Marruecos-Zocos, Tanzania-Safari, etc.

¿Cuál es el problema de esta rápida asociación de ideas? Jodidos turistas utiliza los términos de colonización y aculturación. Y es que, la creación de un imaginario tan férreo genera una serie de expectativas en los turistas que, como portadores de capital, exigirán en los lugares visitados. Por lo tanto, cuando el turista llegue a Perú, querrá corroborar su imagen etnocentrista de los indígenas y pagará por ver un safari humano en el que un grupo de personas de baja estatura y piel morena bailen y realicen rituales de caza entre tambores.

Cabe reconocer que esta situación pasa también por el hecho de que los indígenas se presten a realizar estos teatros. Pero, ¿cuál es la alternativa? Si estas comunidades, que parten de una desigualdad histórica, se encuentran en una zona explotada turísticamente y su economía queda supeditada a los intereses de la industria, no les queda otra opción que la de adaptar sus tradiciones y su cultura al ojo y al paladar del generador de riqueza: el turista. En resumen, que si una economía queda subordinada a los intereses turísticos, el sector servicios terminará por adaptarse a los cánones impuestos por este y a sus exigencias, dando como resultado una renta débil, dependiente y desigual.

En los siguientes capítulos, Jodidos turistas ejemplifica estos y otros conceptos con casos preocupantes como el de Barcelona o el de las Islas Baleares. En la Ciudad Condal, por ejemplo, tras las Olimpiadas del 92 comenzó la venta del suelo a los inversores, especuladores y agentes turísticos para atraer a un mayor número de visitantes. El “Modelo Barcelona”, vendido como la panacea en aquel momento, ha degenerado en una insostenibilidad a varios niveles. Ya sea por los prohibitivos alquileres del centro de la ciudad, impulsados por la especulación y rematados por plataformas como Airbnb o HomeAway, que provocan la turistificación-gentrificación, o los desahucios invisibles (ocasionados cuando en las revisiones trienales suben los precios de los arrendamientos hasta forzar el desalojo, para utilizarlos como pisos turísticos); ya sea por la contaminación acústica del turismo de alcohol y drogas; ya sea por la explotación de las zonas turísticas, como Las Ramblas o el Park Güell; ya sea por los contratos basura de los trabajadores estacionales, que provocan situaciones vergonzosas como aquellas en las que una kelly, cobrando 700 euros al mes, se encuentre limpiando una suite de hotel de 2.000 euros la noche. Todas estas situaciones, idénticas (y en ocasiones más pronunciadas) en las Islas Baleares, están generando un desencanto y una movilización social que pretende desmentir el discurso oficial del turismo como generador de riqueza. Es cierto que genera riqueza, pero no para los trabajadores del sector, ni para los vecinos, (excepto para “los pequeños capitalistas que ven la oportunidad de ganar grandes cantidades con pequeñas inversiones, ya sean los propietarios que prefieren alquilar a turistas o los arrendatarios que subalquilan los pisos”) quienes se ven forzados a abandonar sus barrios o a resistir en duras condiciones.

​Dibujo realizado por Guille17 para la revista Eljueves

Para terminar, firmado por Layla Martínez, se dedica un capítulo al turismo rural. Quizás por el tema tratado, por la agudeza y el sarcasmo de la autora o por la urgencia de la España vacía y vaciada, este ha sido el capítulo que más me ha llamado la atención. Desde una narración en primera persona, que rompe con la impersonal tercera persona de los capítulos anteriores, la autora pone el dedo en la llaga de este tipo de turismo:

Hace tres años vivía en Asturias, en un pueblo de 118 habitantes ubicado dentro del Parque Natural de los Picos de Europa. Trabajaba con un pastor que pasaba el verano en una majada en plena montaña. […] Recuerdo la primera vez que me hicieron una foto. Cándido [el pastor] acababa de hacer el segundo ordeño del día y yo me encargué de transportar las lecheras desde el establo a la quesería. Tenía las botas de goma hasta arriba de mierda, iba vestida con una camiseta vieja y unos pantalones de currar, […] Estaba concentrada en que no se me cayese la carretilla en medio del barrizal, así que no vi cómo aquel turista colocaba el trípode. Solo le vi cuando me dijo “eh”. Giré la cabeza y en ese momento me hizo la foto. No me pidió permiso, no me preguntó. Únicamente me chistó para conseguir un mejor plano. Me sentí agredida. Aquel imbécil recién salido de la sección de montaña del Decathlon acababa de hacerme una foto sin permiso. Como si yo fuese una atracción turística.  

Esta anécdota nos ayuda a empatizar y a comprender la situación descrita y denunciada. La tesis de la autora es breve y concisa. Parte de la deslegitimación que ejerce el ciudadano urbanita hacia la comunidad rural, catalogándola, desde una posición de hipócrita ventaja, como una comunidad de paletos. Sin embargo, apunta la autora, existe una pulsión del turista hacia este mundo perdido para paliar las crisis existenciales generadas en sus grandes ciudades. Entonces se dirige vestido con sus mejores galas de montaña a exigir y a demandar en el mundo rural su imaginario sobre este. Pretende ver a los pastores viviendo en cabañas y escuchando folclore y se enfada si descubre que también en estos pueblos la gente come kebabs y usa tabletas, porque entonces “ya no es auténtico” o “se pierden los valores tradicionales”. Es aquí cuando se crea la gran incongruencia de este tipo de turismo, que reniega e incluso desmerece al pueblerino, pero le obliga a anclarse en esa anacronía romantizada que tiene sobre el mundo rural; llegando a enfadarse si  no corrobora su impostada visión sobre estos. Podríamos decir que, a fin de cuentas, el turista busca una suerte de parque temático para adultos en el que evadirse de su rutina metropolitana y desconectar en un mundo rural que ennoblece a la vez que discrimina. Paradójico, ¿no?

Jodidos turistas es más que un simple ensayo en contra del turismo de masas. Este texto coral, de autoría múltiple, recuerda al libelo literario por su estilo dinámico y combativo. En mi opinión, aspira al manifiesto y lo consigue, dando como resultado una contra-guía turística. Su lectura nos obliga a replantearnos nuestra conducta a la hora de viajar, a hacer autocrítica sobre la responsabilidad que tenemos como portadores de capital cuando visitamos otros lugares. Pero también nos exige lanzar una diatriba a la industria del viaje, a las políticas estatales del sector turístico y a las desigualdades que generan: mucho para unos pocos y poco para muchos. Jodidos turistas apela a la crítica constructiva y a la organización social, no para frenar algo inevitable como el turismo, sino para repensarlo e intentar reformularlo.

Referencias y notas

Escrito por

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Diego Ventura Cebrián García

Actualmente vivo y trabajo en Bélgica, donde lo único que me falta es el sol. Me siento feliz alrededor de una guitarra, cervezas y buena compañía. "La libertad, querido Sancho...".

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