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Lecturas

L'étranger

10 de marzo del 2021

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        Publicada en 1942, El extranjero es la primera novela del periodista francés Albert Camus (1913-1960). Al estar escrita en primera persona y con un estilo sencillo y directo, Camus nos permite adentrarnos fácilmente en los pensamientos del señor Meursault, personaje atípico y extravagante cuya visión simple y sin ataduras de la vida nos permite rápidamente empatizar con él. A lo largo de las cerca de 200 páginas que conforman el libro, Meursault, residente en Alger (por aquel entonces colonia francesa) verá su vida convulsionar hasta no parecerse en nada a aquella vida de la que disfrutaba al principio de la novela. El mismo Camus clasificó esta novela dentro de su “Ciclo del absurdo”. De hecho, al leerla no podemos dejar de repetirnos que cada acontecimiento que leemos es ridículo, y sin embargo no dejamos de preguntarnos si lo absurdo es la actitud del protagonista ante la vida o la sociedad en la que vivimos. El extranjero es un libro filosófico de principio a fin, que enfoca los temas que definen la esencia del ser humano y la sociedad, los observa, los escucha, los palpa, los huele y los saborea para después zarandearlos, quitarles toda vestimenta sagrada que los envuelva y dejárselos al lector, así desnudos, para que se mire en el espejo. Por lo tanto, escribir un comentario de El extranjero es un poco como hacerse una fotografía frente al espejo y publicarla. Aquí os dejo por lo tanto una pequeña porción de mi retrato.

 

El lugar del ser humano en la sociedad (un ejemplo)

 

La novela empieza con la muerte de la madre del señor Meursault y el consiguiente funeral. Un funeral que se nos describe como algo ridículo e incluso grotesco, en el cual el protagonista es continuamente juzgado por cada uno de sus actos y en el que cada uno de los personajes que aparece termina teniendo, ya sea por su indiferencia o por su pasión, un aspecto absurdo. La muerte de la madre del señor Meursault, su funeral, y los días posteriores a este, le sirven a Camus para hacer su primera gran crítica: los usos y costumbres sociales como límite a la libertad.

 

El protagonista no deja de repetirse que ama a su madre, al mismo tiempo que muestra el desinterés que siente por su muerte. Esto hace que al principio resulte difícil empatizar con un personaje como Meursault, al que parece que todo le da igual. Así, uno se encuentra juzgando a Meursault por no llorar en el funeral de su madre, por aceptar que no se siente apenado, para acto seguido preguntarse si acaso Meursault no tenga derecho a sentir lo que quiera, si acaso todo ese rito socialmente aguardado del luto y el llanto, podríamos decir incluso que culturalmente impuesto, no sea más que un juicio, una puerta por la que se nos obliga a pasar. La crítica a esas costumbres sociales a los que uno debe adaptarse para formar parte de la comunidad se extiende durante el libro a nociones como la amistad o el matrimonio, la violencia e incluso el asesinato, hacia los cuales Meursault mostrará su clásica actitud de indiferencia. Sin embargo, el lector no identificará esta indiferencia con maldad, más bien con simplicidad, con un afán de hacer sencilla la vida. A pesar de la distancia que el lector pueda llegar a sentir hacia Meursault por culpa de su indiferencia hacia la vida, lo cierto es que al mismo tiempo, lo entiende, e incluso llega a percibir como una liberación la sencillez con la que Meursault vive, sin todas esas normas sociales. Esta indiferencia/liberación alcanza su culmen al final de la novela, cuando el personaje llega a afirmar:

 

J'avais eu raison, j'avais encore raison, j'avais toujours raison. J'avais vécu de telle façon et j'aurais pu vivre de telle autre. J'avais fait ceci et je n'avais pas fait cela. Je n'avais pas fait telle chose alors que j'avais fait cette autre. Et après ? C'était comme si j'avais attendu pendant tout le temps cette minute et cette petite aube où je serais justifié. Rien, rien n'avait d'importance et je savais bien pourquoi. Lui aussi savait pourquoi. […] Que m'importaient la mort des autres, l'amour d'une mère, que m'importaient son Dieu, les vies qu'on choisit, les destins qu'on élit, puisqu'un seul destin devait m'élire moi-même et avec moi des milliards de privilégiés qui, comme lui, se disaient mes frères. Comprenait-il, comprenait-il donc ?

Yo había tenido razón, tenía todavía razón, tenía siempre razón. Había vivido de tal manera y hubiera podido vivir de tal otra. Había hecho esto y no había hecho aquello. No había hecho tal cosa en tanto que había hecho esta otra. ¿Y después? Era como si durante toda la vida hubiese esperado este minuto… y esta brevísima alba en la que quedaría justificado. Nada, nada tenía importancia, y yo sabía bien por qué. […] ¡Qué me importaban la muerte de los otros, el amor de una madre! ¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí y conmigo a millares de privilegiados que, como él, se decían hermanos míos! ¿Comprendía, comprendía pues?

 

Este es tan solo uno de los muchos temas que El extranjero trata, o mejor dicho, uno de las muchas ideas que, al enfrentarme conmigo mismo y con la sociedad en la que habito, me ha despertado. Sin embargo, creo que este libro muy especialmente, muta de una persona a otra, de una lectura a la siguiente, conduciendo, como decía al principio, a una fotografía instantánea del lector y sus preocupaciones.

Escrito por

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Carlos Granero Belinchón

Nacido en Cuenca (España), actualmente resido en Toulouse, donde me dedico a la investigación en ciencias físicas. La literatura es una de mis principales aficiones y me siento especialmente atraído por la literatura latinoamericana: Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges…

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