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Miguel Hernández: Un poeta ‘vivo y actual’

30 de Octubre del 2020

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"Me dejáis solo compañeros”. Una bala rasgó por el hombro izquierdo mi chaqueta de pana que conservaré mientras viva y las explosiones de los morteros me cegaban y me hacían escupir tierra. Se oían muchos ayes, muchos rumores sordos de cuerpos cayendo para siempre y aquel grito, desesperado, amargo: "Me dejáis solo compañeros". A mi me falta y me sobra corazón para todo. Orienté mis pasos hacia el grito y encontré a un herido que sangraba como si su cuerpo fuera una fuente generosa. Le ceñí mi pañuelo, mis vendas, la mitad de mi ropa….Le abracé para que no se sintiera más solo. El enemigo se sentía muy cercano. Lo eché sobre mis espaldas; el calor de su sangre golpeó mi piel como un martillo doloroso. "No hay quien te deje solo". Me arrastré con él donde quisieron las pocas fuerzas que me quedaban. Cuando ya no pude más le recosté en la tierra, me arrodillé a su lado y le repetí muchas veces: "No hay quien te deje solo compañero". Y ahora como entonces me siento en disposición de no dejar solo en sus desgracias a ningún hombre.

Este relato de las Crónicas de la Guerra civil de Miguel Hernández en las lomas de Boadilla, durante la defensa de Madrid, 7 de noviembre de 1936, desvela muy a las claras el alma y el carácter del personaje, del hombre, poeta en guerra.

¿Quién este hombre, quién este poeta cuyo 110 aniversario de su nacimiento se está convirtiendo en un evento, en una conmemoración de miles de actos en su memoria y homenaje, algunos ya hechos y otros por realizar a lo largo y ancho de todo el mundo hispánico? ¿Qué es lo que atrae e inspira de un poeta que apenas vivió 31 años de los cuales casi 3 en guerra y otros tantos en la cárcel, condenado a muerte, pena luego conmutada por 30 años de condena ya gravemente enfermo hasta morir en ella?

Preguntas de muy larga respuesta y que dan pie para una larga biografía ya escrita. El periplo de su vida está muy bien investigado y descrito en el libro Miguel Hernández: Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, del escritor, poeta y amigo José Luis Ferris.

Resumiendo necesariamente para este espacio, son tres las claves a considerar para siquiera someramente intentar desvelar a nuestro personaje en tres palabras: su vida, su compromiso, su poesía,  y ¿qué mejor para ello que acudir al testimonio de quienes lo conocieron bien y le trataron muy de cerca, los poetas Neruda y Aleixandre?.

Pablo Neruda escribía:

Uno de los amigos de Federico y Rafael era el joven poeta Miguel Hernández. Yo lo conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana de sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de cabras. Yo publiqué sus versos en mi revista Caballo verde y me entusiasmaba el destello y el brío de su abundante poesía. Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón o de papa, que se saca de entre las raíces y que conserva frescura subterránea. Vivía y escribía en mi casa. Mi poesía americana con otros horizontes y llanuras lo impresionó y lo fue cambiando. Me contaba cuentos terrestres de animales y pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba cuán impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba hasta las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras. Otras veces me hablaba del canto de los ruiseñores. El Levante español de donde provenía estaba cargado de naranjos en flor y de ruiseñores. Como en mi país no existe ese pájaro, ese sublime cantor, el loco de Miguel quería darme la más viva expresión plástica de su poderío. Se encaramaba a un árbol de la calle y, desde las más altas ramas silbaba o trinaba como sus amados pájaros natales.

Después de unas pocas líneas sigue Neruda:

El recuerdo de Miguel no puede escapárseme de las raíces del corazón. Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera con algo rotundo de pan y tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura. Los elementos mismos de la poesía los vi salir de sus palabras pero alterados ahora por una nueva magnitud, por un resplandor salvaje, por el milagro de la sangre vieja transformada en un hijo. En mis años de poeta y de poeta errante puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal.

Y aún, cuando Neruda se entera de la muerte de Miguel Hernández escribe:

Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! Darle la luz. Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz.

Sabía Neruda lo que decía y por qué.  Por su parte Vicente Aleixandre, a quien Miguel Hernández en alguna ocasión volviendo de su tierra trajo un saco de naranjas, la única fruta que le podía aliviar de sus dolencias renales, decía que era como un hermano menor para él:

 

Miguel usaba alpargatas, tenía los ojos azules, dentadura blanca, blanquísima, era rudo de cuerpo pero poseía infinita benevolencia. Era un alma libre que miraba con clara mirada a los hombres. Era el poeta del triste destino que murió malogrando a un gran artista que hubiera sido, ya lo es, honor de nuestra lengua.

Hay muchos otros testimonios que lo describirían. Estos dos citados son seguramente la mejor y más que evidente muestra.

Y si algo impacta en la vida de Miguel Hernández es la coherencia de su pensamiento, de sus creencias y su forma de comportarse en consecuencia en las más diversas e incluso trágicas situaciones de su vida y el valor de su compromiso, antes y sobre todo en tiempo de guerra y de cárcel. Gestos y muestras de ello han sido narrados a montones por sus biógrafos. El texto del propio autor aportado al principio de este artículo es una muestra suprema de ello.

Pero el hombre solo, incluso en sus valores de coherencia, solidaridad y compromiso, su estrella como dijera Neruda, no hubiera brillado con semejante luz propia  de no ser por su poesía, inspirada, y en mucho casos excelsa y sublime. Ahí están los estudiosos de su obra para hacerlo notar y recordarlo. Hitos de su poesía son la "Elegía a Ramón Sijé", las "Nanas de la cebolla" o Viento del pueblo en su poesía social y comprometida, pero hay en su obra muchos más poemas de altísima inspiración apenas conocidos y menos aún leídos. Parece ser costumbre extendida leer en las antologías los poemas u obras más conocidos de un poeta o escritor y dejar al margen el resto.

Para  terminar estas notas y con la venia de los editores me voy a permitir, como mi personal homenaje al poeta en la conmemoración de esta efeméride, añadir un soneto que de alguna manera condensa y resume mucho de lo dicho anteriormente:

Por los altivos riscos de tus lares

y niño tempranero cual la aurora

tu rebaño conduces como otrora

guardando en tu zurrón sabor a pares.

 

Libros, tu pan más suave que manjares

dan remedio a tu hambre trovadora

que rebrota en el día y a la hora

hecha Flor de exquisitos paladares.

 

Cucaña agreste el rastro de tu vida

perfume de alhelí tan corto y fuerte,

avatar de premura como aviso.

 

Grave trasiego de extremada herida

anticipo y presagio de tu muerte,

eres Lengua de fuego y compromiso.

 

De Antesala de crepúsculos, Editorial Lastura.

Escrito por

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José Miguel Arranz

Licenciado en filisofía y letras por la Complutense. Diplomado en canto clásico por Royal Schools of Music de Londres. Cantautor y poeta. He publicado los libros de poesía Estación de las nieblas y Antesala de crepúsculos y los discos Caminos de un sueño y Miguel Hernández, sublime.

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