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Rimbaud o el inconformismo: modernidad poética

3 de diciembre del 2019

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Un rincón de la mesa, de Henri Fantin-Latour

        Escribió Bécquer en sus Rimas: “el alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”. Aquellos que conocieron a Rimbaud lo describieron como un joven antisocial de profundos y enigmáticos ojos azules. Su amigo de la infancia, Ernest Delahaye, con quien mantendría una copiosa correspondencia a lo largo de su vida, describió los ojos del poeta como los más bellos que jamás había visto: "dispuestos a atravesarlo todo". Puede que sea cierto entonces, que la mirada es el espejo del alma, para aquellos que saben observarla. Rimbaud, el precoz y brillante poeta maldito, fue capaz de atravesarlo todo: de mirar de frente a la belleza, de injuriarla y reconvertirla; de transgredir las normas de sus referentes; de dotar de alma al lenguaje; en definitiva, de impulsar la modernidad en la poesía.

Arthur Rimbaud nació en el año 1854 en la ciudad de Charleville, Francia. Una región de provincias, cerca de la frontera belga, alejada de la burguesía y de la vida bohemia de la capital. Su padre era capitán del ejército y su madre era conocida por su carácter parco y estricto. En la correspondencia de Rimbaud se lee que ninguno de sus hijos la vio sonreír jamás. Pese a que el padre abandonaría a la familia cuando Rimbaud contaba con 6 años de edad, la disciplina y la educación conservadora seguirían siempre vigentes en la estructura familiar.

Con semejantes figuras paternas, no resulta extraño que su hijo adquiriera un carácter modélico en la primera infancia. Alumno aventajado en todas las asignaturas de la escuela y excelente en las relacionadas con lenguas y literatura, Rimbaud esbozó sus primeras rimas a los siete años, y a los 14 envió un poema de 60 versos en latín al hijo de Napoleón III como obsequio por su primera comunión. Sin embargo, como ocurre con frecuencia en estos casos, la excesiva rigidez en la educación y la atmósfera de férrea disciplina familiar terminan por explotar de una u otra manera. En el caso de Rimbaud sería a los 15 años, tras la derrota de la Francia imperial por el ejército prusiano. Según Edmund White, en su biografía sobre el poeta, fue durante este periodo cuando afloró el inconformismo exacerbado del joven, que derivó en una adolescencia marcada por el anticlericalismo, el odio hacia la burguesía y por una posterior inmersión en la vida bohemia de París. Una etapa ahogada en el alcohol, la violencia, el pillaje, la mendicidad y en una problemática relación sentimental.

Sin embargo, durante esta fase de agitada adolescencia, Rimbaud no solo rompería toda relación con los valores de su infancia, convirtiéndose en la antítesis de aquel estudiante ejemplar, educado y elegante, sino que también establecería un punto de inflexión en la poesía. El joven poeta derribaría todos los cánones para ofrecer, en tan solo cuatro años de carrera como escritor, una completa reconversión de la poesía.

 

Verlaine y Rimbaud

Para comprender la poesía de Rimbaud resulta necesario conocer de antemano su vínculo con Paul Verlaine. Entre los dos poetas no solo se estableció una de las relaciones amorosas más célebres de la poesía, sino que, además, se estableció una reciprocidad en cuanto a inspiración poética durante unos años cuando menos convulsos.

En el año 1871, un Rimbaud harto de la vida sedentaria y devota de provincias, decide viajar a París, alentado por la vida bohemia de los artistas en la capital y por los movimientos de los communards, quienes promovían reformas socialistas que atraían al poeta. Por esta razón, en septiembre del mismo año le envía dos cartas al ya reputado Verlaine, quien acababa de casarse con una joven de familia burguesa que, en un principio, pareció encauzar su vida y alejarlo del alcohol, de la violencia y de la vida bohemia en la que estaba inmerso desde hacía años.

Carta de Rimbaud a Verlaine

Charleville, septiembre de 1871

Rimbaud se declara admirador de Verlaine. Le confía su ideal, su rabia, su entusiasmo, sus enojos. Todo lo que es. Él también es poeta: somete sus versos al juicio de Verlaine. […] Quiero hacer un gran poema y no logro trabajar en Charleville. No tengo medios y me resulta imposible ir a París. Mi madre es viuda y extremadamente devota. No me da más que diez céntimos todos los domingos para poder pagar mi asiento en la iglesia. Pequeña mugre… Menos molesto que un Zanetto.

Verlaine leyó los poemas adjuntos a esta carta y quedó impresionado. Le pagó el billete desde Charleville a París, lo acogió en su casa -la casa sus suegros, en realidad-, y dio comienzo así el viraje más brusco de sus respectivas vidas.

El joven Rimbaud era un huésped imposible. Sus rudos modales y su apatía constante, acompañados de una estética greñuda, despreciativa y desaliñada, hizo que terminaran por expulsarlo de aquella casa, en la que el único que parecía estar maravillado por aquel espectáculo provinciano era el propio Verlaine. También en las tertulias literarias a las que acudía, invitado por su descubridor, causaba graves escándalos e incluso peleas. Esto terminaría por causarle una nefasta reputación en los círculos artísticos de la capital. Ya no solo de agitador o delincuente, sino de figura casi demoníaca que estaba haciendo sucumbir al “dulce y melodioso Verlaine”, el cual se veía cada vez más atraído por el comportamiento del joven y al que cada vez quedaba más supeditado. “Rimbaud representaba el ideal sexual de Verlaine, un adolescente dominante que parecía estar siempre eróticamente disponible”, explica White en la biografía citada.

Estos acontecimientos terminaron por aislar a los dos poetas de prácticamente toda la vida social y literaria. Comenzó así una etapa de idas y venidas que variaban desde Bruselas a Londres, pasando por París y Charleville. La mayoría de las veces eran viajes a pie, en los que las largas caminatas y las noches a la intemperie eran el denominador común en sus travesías, además de una de las principales fuentes de inspiración en su poesía. Y es que, Rimbaud, a lo largo de su vida, fue un caminante empedernido. Verlaine lo describió como “el hombre de las suelas de viento”. Y el filósofo Frédéric Gros, en su reciente libro Marcher, une philosophie, le dedica un interesante capítulo sobre esta afición y su repercusión literaria.

Pese a las condiciones de casi mendicidad en las que estaban sumidos, este periodo trajo consigo las mejores producciones poéticas de ambos vates. Durante este tiempo, Rimbaud empezaría su obra maestra Una temporada en el infierno, y Verlaine comenzaría sus Romanzas sin palabras. Sin embargo, la relación comenzaba a ser cada vez más tóxica. Rimbaud, a pesar de ser diez años menor que Verlaine, ejercía un papel dominante en esta pareja poético-amorosa. Este último poseía un carácter dependiente y extremadamente influenciable, que dejaba en manos de su compañero para moldearlo a su gusto.

Siempre bajo la máxima del menosprecio generalizado hacia la sociedad y la arrogancia del genio que es consciente de su talento, el joven poeta iba urdiendo su idea de cambiar el mundo mediante la poesía. Una ambiciosa empresa que solo se podría lograr, como aseguraba él mismo, si el artista se convierte en poeta-vidente.

Poeta-vidente: la poesía es alquimia y “Yo es otro”

Si decimos que Rimbaud fue el impulsor de la poesía moderna es porque, detrás de su valioso legado poético, reside un meticuloso programa de rechazo a lo convencional que le hace merecedor de este título.

Hay que remontarse unos años atrás para comprender el inicio de este punto de inflexión. En el mes de mayo del año 1871, unos meses antes de conocer a Verlaine, Rimbaud envía una inaudita carta al poeta y amigo Paul Demeny, que posteriormente sería conocida como la “Carta del vidente”. Esta misiva resulta de notable importancia ya que establece las bases de la ruptura con la poesía tradicional y propone su propuesta de reinvención. En ella, que comienza: “He aquí una prosa sobre el porvenir de la poesía”, Rimbaud asegura que para convertirse en un verdadero poeta, primero hay que ser vidente. Un estado que se consigue mediante el desorden de los sentidos, expuestos a toda serie de experiencias vitales: amor-desamor, felicidad-tristeza, cordura-locura. Solo así se alcanza lo desconocido, la máxima a la que aspira el poeta.

A lo largo de esta célebre carta, Rimbaud discrepa con cierta soberbia sobre los grandes poetas de su tiempo. Desde Victor Hugo hasta Banville, pasando por Baudelaire, el joven arremete contra el romanticismo, el cual, asegura, nunca ha sido juzgado ni criticado como merece. Y para ello, tomando como partida el alma de este movimiento literario, “el Yo sensual”, plantea un cambio de perspectiva asegurando que “Yo es otro”. En la carta, escribe:

Porque yo es otro. ¿Qué culpa tiene el cobre si un día se despierta convertido en corneta? Para mí es algo evidente: asisto a la eclosión de mi pensamiento: lo miro, lo escucho: lo acaricio con el arco: la sinfonía se remueve en las profundidades o entra de un salto en escena.

El poeta vidente, el sabio supremo, según Rimbaud, es responsable y representante de la humanidad. Debe ser capaz de “robar el fuego de los cielos”, de vivir todas las experiencias, de experimentar todas las facetas de la naturaleza y de hablar la lengua universal. Para ello, el poeta necesita conocer y cultivar su alma, crear un lenguaje para ella y exponerlo al mundo en un futuro utópico en el que la poesía dejará de ser pensamiento para convertirse en materialismo.

Es, en resumidas cuentas, la alquimia del lenguaje. Dotar de alma a las palabras para expresar lo más profundo del pensamiento humano. La materialización del Yo.

Una temporada en el infierno ratifica el cambio

Los argumentos de esta carta podrían ser gratuitos o hipócritas si su autor se hubiera conformado con realizar una simple crítica; si no hubiese ofrecido nada a cambio, ninguna modificación demostrable. Por eso escribió Una temporada en el infierno, su primera gran obra de prosa poética que valida la “Carta del vidente”, en la que confirma que la alquimia del lenguaje es posible y que la modernidad poética ha llegado para quedarse.

“Mi suerte depende de este libro”, aseguraba Rimbaud a sus amigos y familiares en su correspondencia. En él había depositado toda su energía. Había descendido al infierno de su alma para conocerla y cultivarla y así poder crear esa nueva poesía que auguraba para el futuro. Y no iba desencaminado, ya que Una temporada en el infierno es, a día de hoy, una de las piedras angulares de la poesía vanguardista, del verso libre y de la prosa poética.

Este poema en prosa presenta un estilo críptico: sin historias correlacionadas, sin personajes definidos, sin diálogos, etc. Con cierto carácter autobiográfico, se podría decir que el eje vertebrador del texto es el de la confesión. En los diversos capítulos expuestos, el poeta deja entrever los entresijos de lo que ha sido su tormentosa vida en los últimos años. Retrata su relación con Verlaine, describiéndolo como la “Virgen fatua”: “una mujer enamorada de un esposo infernal que le aflige constantes tormentos y que, sin embargo, no es capaz de abandonar, ya que es presa de sus delicadezas misteriosas que la seducen”. Ese esposo infernal se describe como un niño, como el efebo que embauca al filósofo y que termina por amargarle la vida. “Voy a donde él va, tengo que hacerlo. Y con frecuencia se enfurece conmigo, yo, la pobre alma. ¡El Demonio! Es un Demonio, sabéis, no es un hombre” dice la virgen fatua, refiriéndose a su esposo.

En este pasaje, el poeta también pone en boca de la virgen (Verlaine), su utópico proyecto de cambiar el mundo: “Junto a su querido cuerpo dormido, cuántas noches he velado, buscando por qué anhelaba tanto evadirse de la realidad. Jamás un hombre tuvo un deseo semejante. Yo reconocía, sin temer por él, que podía ser un serio peligro en la sociedad. ¿Tiene, tal vez, secretos para cambiar la vida?”. Aquí se observa cómo Rimbaud era consciente del impacto que causaba  en los demás, tanto a nivel personal como literario.

Una lectura más detallada de Una temporada en el infierno deja entrever el rechazo de los anticuados valores europeos, la sociedad enmohecida, el papel del matrimonio, del trabajo o el rol de la mujer. Es, en síntesis, un grito de inconformismo con la vida que le ha tocado vivir, con su país, con sus contemporáneos, pero sobre todo, consigo mismo. No hay que olvidar, por asombroso que resulte, que Rimbaud escribe esta obra siendo aún un adolescente; en el que la rebeldía y las ganas de romper con lo establecido están a flor de piel, y cuando más fuerzas interpone uno para vivir acorde con sus sentimientos.

Cuatro años dan para una vida

A pesar de la grandilocuencia del poema, Una temporada en el infierno no se comercializó. Deambuló Rimbaud con algunos ejemplares que terminó regalando y el resto fueron hallados décadas después de su muerte en un sótano de la editorial. Más tarde escribiría su segunda y última gran obra: Ilusiones, la cual tampoco halló la repercusión que tiene a día de hoy.

Tras una disputa entre los dos poetas, Verlaine acabaría hiriendo de bala a Rimbaud en la muñeca y este terminaría por denunciarlo tiempo después. Verlaine va a la cárcel, acusado por sodomía, y Rimbaud deambula unos años más por varios países europeos aprendiendo idiomas y ofreciendo clases de francés, hasta que, impulsado por ese afán de conocer todas las facetas de este mundo y de escarbar en lo más profundo de su alma, se embarca rumbo a África. Allí vivirá casi 20 años trabajando como comerciante, traficando con armas y explorando terrenos desconocidos por el hombre blanco.

Rimbaud dejó cuatro años de producción poética durante su adolescencia. Después, no volvió a escribir ni un solo poema ni un solo párrafo adjetivado, salvo las lacónicas cartas que siempre mantuvo con su familia. Murió en 1891 de un cáncer de huesos en una clínica de Marsella y a su funeral solo acudieron el cura, su madre y su hermana. Y es gracias a Verlaine, quien recopiló todos los escritos de Rimbaud y se encargó de distribuirlos, por lo que hoy conocemos, estudiamos y nos deleitamos con su poesía.

Fueron cuatro años en los que la poesía concibió al genio inconformista y reformista. En los que Rimbaud, a pesar de no verlo en vida, consiguió llevar a cabo su ambicioso plan de injuriar a la belleza y reconvertirla; de crear una nueva poesía.

Referencias y notas

  • Este artículo está principalmente basado en la biografía de Edmund White titulada Rimbaud (2010).

  • Imagen de portada: “Un rincón de la mesa”, de Henri Fantin-Latour (Musée D’Orsay). Fuente: Wikipedia.

  • Bécquer, G.A (1864) Rimas y leyendas. (Poema XX).

  • Gros, F. Marcher, une philosophie. (2010)

  • Rimbaud, Arthur: Prometo ser bueno: Cartas completas. (1870-1891).

Escrito por

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Diego Ventura Cebrián García

Actualmente vivo y trabajo en Bélgica, donde lo único que me falta es el sol. Me siento feliz alrededor de una guitarra, cervezas y buena compañía. "La libertad, querido Sancho...".

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