Texto original inspirado en el capítulo XI de la primera parte de Don Quijote de la Mancha. Escrito en el marco del proyecto “El humanismo de Don Quijote de la Mancha”, dirigido por Patricia Morales, y presentado durante el trigésimo aniversario del Instituto Cervantes de Bruselas.

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     [Tras pasar la noche en compañía de los cabreros Pedro y Antonio, don Quijote de la Mancha y Sancho Panza reemprenden su camino. A la mañana siguiente, los cabreros se levantan y recuerdan al hidalgo].

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Pedro: ¿Sabes, Antonio? Este caballero loco que anoche saciaba su estómago con bellotas avellanadas, diría que es un utópico.

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Antonio: Un utópico… ¿De la tierra de Utopía? 

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Pedro: No me tiembla el pulso al afirmarlo.

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Antonio: Dime, ¿no es esa la tierra que todas las cosas iguala?

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Pedro: Sin lugar a dudas. La tierra de la que habló anoche debe de ser Utopía. 

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Antonio: ¡Diantres! ¿Quieres decir que ese tal Quijote viene de la tierra en la que no existen las palabras tuyo y mío? ¿Ni las envidias ni los rencores? 

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Pedro: No es de allí de donde viene, sino que es allí hacia donde se dirige. He escuchado historias sobre esa tierra, Antonio. Se dice que en Utopía no existen amos ni vasallos; que todas las personas tienen los mismos derechos… ¡pese a tener distintas responsabilidades! En fin, todos son iguales, dicen.

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Antonio: Y todas Pedro, y todas. Además, dicen que en esa tierra la violencia no tiene cabida y que, cuando surgen conflictos, de buena voluntad las personas se buscan para resolver en paz sus diferencias, que son muchas y muy bienvenidas todas ellas. En Utopía, digo, las gentes no discuten para tener razón, sino para entenderse. 

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Pedro: Tan cierto eso que dices. Es más, también a mis oídos ha llegado que en Utopía no existe distinción alguna entre personas, plantas o animales; o, por ejemplo, entre pueblos y bosques. Dicen que todo forma parte de la Naturaleza y que esta no está al servicio de sus gentes, sino en sintonía y armonía con ellas. 

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Antonio: Así lo he oído también yo. Más aún, parece que allí no existen los relojes y que el apetito lo dicta el vientre y no las tres manillas; que no se cuentan semanas, ni meses, y que solo el frío, el calor y la luz orientan a las gentes en sus quehaceres. En Utopía, la gente no presta ojos al tiempo del reloj, que no es más que el tiempo del cielo, dicen, metido en una esfera cerrada y obligado para siempre a guardar la misma forma.

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Pedro: ¿Un mundo sin tiempo? ¿Sin un antes y un después? ¿Sin un mío y un tuyo? Mis pensamientos ya vuelan, ligeros como una milana, hacia esa tierra. Es más, pondría mi mano en el fuego para afirmar que en Utopía no existe esa extraña sensación de la soledad compartida. ¿Te imaginas, Antonio, una tierra donde el yo se diluye, ¡y se completa! en el nosotros? 

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Antonio: Pero esa tierra está lejos, Pedro. Por eso galopa a lomos de su caballo cuatralbo Don Quijote, jinete del pueblo, al sol y a la luna: para llegar a ella, para llegar a esa tierra en la que pondrá libertad.

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Pedro: Estoy seguro de que habrá un día en el que se narrarán hazañas y se entonarán canciones sobre este lugar…

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[Suena A galopar, interpretada por Paco Ibáñez]

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[Suena Canto a la libertad, interpretada por José Antonio Labordeta].

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[Fin de la escena]